sábado, 27 de febrero de 2021

El rincón donde ya nunca traje a nadie

El rincón, el lugar
donde tantas veces hablamos, 
donde tantas veces reímos, 
donde tantas veces nos amamos, 

donde alguna vez lloramos también, 
donde pasábamos frescos la primavera, 
donde tus labios me sabían a azúcar, 
una gominola, un elixir de vida. 

Este rincón, que siempre fue nuestro, 
donde pasamos noches de alcohol, 
donde te sentaste sobre mis piernas, 
donde te abracé, te miré, te quise. 

El rincón donde pasaste tus faldas, 
donde te contorneaste para mi, 
donde sacaste fuego y llama, 
donde sentimos la fría piedra

y el cálido alivio de unas manos, 
de unos labios, de una mirada en silencio, 
donde impusimos los deseos a los libros, 
donde empezó también una guerra silenciosa. 

El rincón donde perdí la fe y la cordura, 
donde juré jamás perder una amistad, 
donde me crecí, cambié, transforme al poeta, 
donde regué la siembra por recoger. 

El huerto, este rincón amplio, 
donde sólo estuve contigo, con tus rizos dorados, 
donde aprendí que a veces callar
es mejor que decir mil veces Te Quiero. 



Mi centro

Mis pies se clavan otra vez en tus piedras,
haciendo mis surcos por tus calles, 
como antaño, como siempre ha sido, 
calles y lugares cargados de silencio hoy, 
cargados de las risas, de los susurros, 
de cada confidencia, cada amor, cada ocaso, 
humedecidas por la lluvia, y la lágrima, 
donde saboreo mi silencio, mi centro. 

Esos lugares que ya nadie ve, ocultos, 
aquellos por donde los guías nunca van, 
esas tus callejuelas, tus recovecos, tus poyetes, 
a la sombra de un ciprés o un olmo antiguo, 
o una estatua que ya nadie recuerda, 
o las placas a los poetas que nunca fueron, 
o los bancos y las cruces de salvaguarda, 
o la cruceta de clavos y espinas de un convento. 

Este rincón, uno de los míos, mi remanso, 
donde nunca traje a nadie, que no muestro, 
mi oasis, mi paraíso en esta ciudad, 
con sus setos, sus cipreses, su airada calma, 
su sol del fin del invierno, mi infierno, 
aquí donde estudié, leí, soñé, escribí y amé
siempre en solitario, con el sonido de los pájaros
y el lejano murmullo de estudiantes atareados. 

Hoy vine a buscar más paz, más centro, 
más recordar quien fuí y quien soñé ser, 
más para saber a donde me dirijo, mis sueños, 
para seguir en mi centro, en recuperar lo que soy
después de desviarme en los laberintos
y tropezar con los muros que yo me puse, 
después de romperme, como rompía las esquinas
y tener que recogerme, otra vez, para ser yo. 

Otra vez aquí, esto ya es un cambio, 
preludio de una ópera prima, de un salto, 
de un no parar, de un no claudicar, 
de no pasar más tiempo en el pasado, 
de mirar al futuro, el mio, el nuestro, 
con paciencia, paso a paso, atrevernos, 
salir de la cárcel de los pensamientos,
ser yo, nosotros, rodeados de piedras y miedos. 




jueves, 25 de febrero de 2021

Si lo escuchas

Si lo escuchas atento lo puedes oír, 
entre las lijas del alma en su vaivén,
entre las muelas que me pulen, 
y devastan lo que fui y me dan forma. 

Si lo escuchas lo puedes oír en la campana, 
entre el ruido de sartenes y cacerolas, 
entre cada largo trago del café amargo
que ennegrece el carácter y depura.

Si lo quieres escuchar está ahí, 
entre el suave y leve movimiento de tu pincel, 
entre el susurro del agua y la pintura, 
y que transforma lo blanco en color. 

Si lo escuchas, cerrando los ojos, se siente, 
esa transformación, ese renacer, ese abismo
entre el que era y el que seré mañana, 
y que sigue ya el camino recto en la mirada. 

Si lo escuchas ahí está, mano tendida, 
es silencio, invisible, inanimado, paciente,
entre versos y canciones tristes, 
y aún así repartiendo ilusiones vacías. 

Si lo quieres escuchar, se puede escuchar. 



domingo, 14 de febrero de 2021

Las brumas

Atravesé las brumas, ciego,
sin saber el camino que tomaba, 
esas brumas del invierno, 
esas que me cegaron y me despojaron
de toda voluntad, de todo sentido, 
que todo criterio, de toda moral, 
de todo sonido de voces amables, 
de toda compañía, de toda palabra, 
esas palabras que calman, que alientan.

Las brumas de mi alma, la niebla, 
cada invisible gota de desesperanza, 
desprovistas de amor, de besos y caricias, 
de amables sonidos de canciones, 
desnudas de esfuerzos, llenas de sufrimiento, 
de querer salir de ahí, del círculo brumoso, 
y que te flaqueen las manos y vuelvas
dando vueltas con tus pies y tu cabeza. 

Esa locura tan insana, tan destructiva
que nubla los despojos de quien fuiste, 
desmantela tus adentros, tus esquinas, 
tus rincones, tus niñeces y adolescencia, 
eso que te arranca la fealdad de quien eras, 
y te remueve tan adentro, tan profundo
que te conviertes en gotas de esa bruma, 
desde tus ojos a los olvidos recordados, 
ese no querer volver a ser quien no eres. 

Estar en esa bruma y bracearla
buscando una salida, salida del invierno, 
salida del infierno en el que te metiste, 
cuando ves un rayo de oro al que te agarras, 
es tu única salida y esperanza, 
lo que lo cambia todo, el que te cambia todo, 
te aferras a ello, porque quieres salir, 
cambiar otra vez tu mundo, tus neuronas, 
agarrando nuevas esquinas y recovecos. 

Aún queda bruma bajo este sol de invierno, 
aun hay esperanzas, aun hay luchas, 
aun te quedan oportunidades, paciencia, 
todo llega, todo ocurre, toda bruma se disipa, 
pero ahora este es tu punto de partida, 
has salido cambiado, renovado, 
cambiante de este mundo gris y sin sentido, 
con un rayo de esperanza en las manos, 
y una cabeza, corazón y pulmones
que podrán con el invierno que te envuelve. 

Adiós a las brumas que ya hacen, atrevidas, 
remolinos en los pies y se enganchan a las lágrimas, 
que han despejado de mi vista, y mis anhelos, 
y vislumbro a la lejanía los caminos ocres, 
esos que me llevan pacientes a mi destino. 



miércoles, 10 de febrero de 2021

La batalla

Me he roto, aniquilado, autodestruido,
desgarrado a jirones, maniatado,
abusado de mi consciencia, de mi psique,
maltratado mis palabras y pensamientos.
 
Me he fumado cada hora las tristezas,
las ganas, los silencios, la ansiedad,
me he comido al orgulloso cierzo del norte
y las nieves, y los miedos, y los ojos castaños.
 
Me convertí en mi mayor demonio,
mi Baal, mi Mephisto, mi Azmodan,
mi descontrol más absoluto, mi suelo,
en la pala del hoyo de mi entierro.
 
Me he salido del mundo estos días,
y acabado con mi paciencia y mi vista,
con los restos de ese yo destructivo,
saboteador de mi mismo, convincente.
 
Despegado de los papeles, de los tiempos,
de la complacencia y el "queda bien",
de los susurros del Ángel que me frena,
de esos sentimientos de culpa, irreales.
 
Y me maltraté a tal nivel que del dolor
me han salido nuevos brotes, nueva rama,
nueva fuerza para afrontar lo que viene,
saldar mis deudas con mi mundo.
 
Asaltar la más alta cumbre tan lejana,
asediar los libros cual trompetero de Jericó,
avivar los fuegos que nos dio Prometeo,
adivinar sin horóscopo mi camino,
dejar caer las mochilas que me arrastran,
bombardear al miedo que le tengo a la vida,
reírme a carcajadas de mis tonterías,
alejar de mi cama esos silencios que me matan.
 
Llevo una semana venciéndome a mí mismo,
y voy ganando, tras el asalto, la batalla.