Atravesé las brumas, ciego,
sin saber el camino que tomaba,
esas brumas del invierno,
esas que me cegaron y me despojaron
de toda voluntad, de todo sentido,
que todo criterio, de toda moral,
de todo sonido de voces amables,
de toda compañía, de toda palabra,
esas palabras que calman, que alientan.
Las brumas de mi alma, la niebla,
cada invisible gota de desesperanza,
desprovistas de amor, de besos y caricias,
de amables sonidos de canciones,
desnudas de esfuerzos, llenas de sufrimiento,
de querer salir de ahí, del círculo brumoso,
y que te flaqueen las manos y vuelvas
dando vueltas con tus pies y tu cabeza.
Esa locura tan insana, tan destructiva
que nubla los despojos de quien fuiste,
desmantela tus adentros, tus esquinas,
tus rincones, tus niñeces y adolescencia,
eso que te arranca la fealdad de quien eras,
y te remueve tan adentro, tan profundo
que te conviertes en gotas de esa bruma,
desde tus ojos a los olvidos recordados,
ese no querer volver a ser quien no eres.
Estar en esa bruma y bracearla
buscando una salida, salida del invierno,
salida del infierno en el que te metiste,
cuando ves un rayo de oro al que te agarras,
es tu única salida y esperanza,
lo que lo cambia todo, el que te cambia todo,
te aferras a ello, porque quieres salir,
cambiar otra vez tu mundo, tus neuronas,
agarrando nuevas esquinas y recovecos.
Aún queda bruma bajo este sol de invierno,
aun hay esperanzas, aun hay luchas,
aun te quedan oportunidades, paciencia,
todo llega, todo ocurre, toda bruma se disipa,
pero ahora este es tu punto de partida,
has salido cambiado, renovado,
cambiante de este mundo gris y sin sentido,
con un rayo de esperanza en las manos,
y una cabeza, corazón y pulmones
que podrán con el invierno que te envuelve.
Adiós a las brumas que ya hacen, atrevidas,
remolinos en los pies y se enganchan a las lágrimas,
que han despejado de mi vista, y mis anhelos,
y vislumbro a la lejanía los caminos ocres,
esos que me llevan pacientes a mi destino.
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