desgarrado a jirones, maniatado,
abusado de mi consciencia, de mi psique,
maltratado mis palabras y pensamientos.
Me he fumado cada hora las tristezas,
las ganas, los silencios, la ansiedad,
me he comido al orgulloso cierzo del norte
y las nieves, y los miedos, y los ojos castaños.
Me convertí en mi mayor demonio,
mi Baal, mi Mephisto, mi Azmodan,
mi descontrol más absoluto, mi suelo,
en la pala del hoyo de mi entierro.
Me he salido del mundo estos días,
y acabado con mi paciencia y mi vista,
con los restos de ese yo destructivo,
saboteador de mi mismo, convincente.
Despegado de los papeles, de los tiempos,
de la complacencia y el "queda bien",
de los susurros del Ángel que me frena,
de esos sentimientos de culpa, irreales.
Y me maltraté a tal nivel que del dolor
me han salido nuevos brotes, nueva rama,
nueva fuerza para afrontar lo que viene,
saldar mis deudas con mi mundo.
Asaltar la más alta cumbre tan lejana,
asediar los libros cual trompetero de Jericó,
avivar los fuegos que nos dio Prometeo,
adivinar sin horóscopo mi camino,
dejar caer las mochilas que me arrastran,
bombardear al miedo que le tengo a la vida,
reírme a carcajadas de mis tonterías,
alejar de mi cama esos silencios que me matan.
Llevo una semana venciéndome a mí mismo,
y voy ganando, tras el
asalto, la batalla.
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