Odio las noches de insomnio,
esas en las que el corazón
salta tan impetuoso
que su ruido inunda la estancia.
Odio a ese corazón, tan sensible,
que la mínima perturbación de tu palabra,
la más mínima mentira, lo arroja
a galopar entre las brumas.
Odio esas brumas que inundan mi mente,
que ciegan, sin razón, la crítica,
que mata poco a poco las corduras,
que no me dejan ver tu bosque, la nada.
Odio el que estés, y de pronto no estés,
el salto cualitativo de querer a no querer,
el fin de las cosas siendo abruptas,
la sensación de vacío que me queda.
Odio discutir, no sé si te diste cuenta,
o que tengas silencios extensos como tu belleza,
o que saltes de la sonrisa al odio,
o que ya no me hables como me hablabas,
o que no me des los Buenos días o noches,
o que vislumbre nuestro final a cada hora,
cada hora de insomnio,
cada hora que robaste mi sueño.
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